El sistema nervioso es el encargado de gobernar las actividades físicas y mentales del ser humano, así como también su conducta...
El sentido del olfato
Evoca recuerdos, realza los sabores
El sistema nervioso es el encargado de gobernar las actividades físicas y mentales del ser humano, así como también su conducta emocional. No en vano el hombre es el representante del mundo biológico y está dotado de inteligencia que le permite aprender y adaptarse al medio ambiente con habilidad. En este proceso, todos los sentidos tienen un papel relevante. Aunque a veces se cree que nuestra vida está dominada por el sentido de la vista, pero cuanto más se acerca la hora de la cena, más nos damos cuenta de que muchos de los verdaderos placeres de la vida están relacionados con el sentido del olfato. El olfato tiene efectos notables en nuestro sentido del gusto. Aunque las papilas gustativas distinguen entre lo salado, lo dulce, lo amargo y lo agrio, el sentido del olfato distingue otros sabores más sutiles. Las manzanas y las cebollas tendrían casi el mismo sabor si carecieran de aroma. Después entra en juego la nariz, que aspira con ansia el aroma y envía las moléculas a través del asombroso mecanismo de nuestro sentido del olfato. La complejidad de este sentido es verdaderamente impresionante.
¿Cómo funciona el sentido del olfato?
Este sentido tiene su localización en las terminaciones nerviosas situadas en las fosas nasales, las cuales cubre la nariz. Cuando inspiramos el aire, los olores penetran en las vías nasales, y cuando tragamos la comida, las moléculas odoríferas pasan a la parte posterior de la boca y hacia dentro de la cavidad nasal.
En el interior de la nariz se encuentra un tabique intermedio, una membrana y los nervios trigéminos, que son los que desencadenan el estornudo cuando perciben sustancias químicas irritantes o malolientes. En su parte posterior se comunica con la faringe.
Después, las moléculas odoríferas son empujadas hacia arriba por unos remolinos que se forman cuando las corrientes de aire giran alrededor de tres protuberancias óseas llamadas cornetes. La corriente de aire, que se humedece y calienta a su paso por la cavidad nasal, lleva las moléculas hasta el epitelio, la zona primaria de recepción. El tejido epitelial, situado en un canal estrecho en la parte superior de la nariz, es del tamaño de la uña del dedo pulgar, y está dotado de unos diez millones de neuronas sensoriales, cada una de las cuales acaba en numerosas proyecciones pilosas cubiertas de una capa fina de moco, llamadas cilios. El epitelio es tan sensible que puede detectar hasta 1/460 millonésimo mg de ciertas sustancias olorosas en una sola bocanada de aire. Pero todavía es un misterio el mecanismo exacto de detección de los olores. Los humanos pueden distinguir hasta diez mil olores. Hay más de cuatrocientas mil sustancias olorosas en nuestro medio ambiente, y los químicos crean nuevos olores constantemente. En 1991, científicos descubrieron indicios de la existencia de unas proteínas diminutas llamadas receptores olfativos adheridas a las membranas celulares de los cilios. Al parecer, esos receptores se ligan de forma diferente a los diversos tipos de moléculas odoríferas, dando así una “huella digital” distintiva a cada una.
A lo largo de las neuronas olfativas se envían mensajes electroquímicos codificados que transmiten la información al cerebro. Los nervios olfativos salen del mismísimo cerebro y entran en contacto directo con el mundo exterior, convirtiéndose la nariz en un punto de encuentro entre el cerebro y el medio ambiente.
Todas estas neuronas llegan al mismo lugar, los bulbos olfatorios gemelos, situados en la parte inferior del cerebro. Estos bulbos son la estación principal de transmisión para otras partes del cerebro. Sin embargo, primero seleccionan el flujo de información olfativa, eliminan todo lo que no sea esencial y envían la información válida.
La percepción del olor
Los bulbos olfatorios tienen una “conexión” complicada con el sistema límbico del cerebro. Este conjunto de estructuras elegantes y onduladas desempeñan un papel principal en el almacenaje de recuerdos y en el desencadenamiento de reacciones emocionales. El sistema límbico está tan unido al sentido del olfato, que hace tiempo se le denominó rinencéfalo, que significa “nariz del cerebro”. Esta estrecha relación entre la nariz y el sistema límbico puede explicar por qué reaccionamos de forma tan emotiva y nostálgica a los olores. El sistema límbico puede activar el hipotálamo dependiendo del olor que se perciba. El hipotálamo puede ordenar a la glándula maestra del cerebro, la pituitaria, que produzca diversas hormonas, como las que controlan el apetito o la función sexual. No es de extrañar que el olor de la comida nos haga sentir hambre de repente o que un perfume sea considerado como un factor importante en la atracción sexual.
El sistema límbico llega también hasta el neocórtex, una zona más bien intelectual y analítica del cerebro. Aquí es donde la información procedente de la nariz puede compararse con la que nos llega de otros sentidos. En un instante se pueden combinar distintos datos, como un olor acre, un chisporroteo y un humo leve en el aire, para llegar a una conclusión: ¡fuego!
Este efecto es lógico, ya que gracias a los sentidos estos datos se almacenan en la memoria y se activan ante un estímulo del mundo exterior.
El tálamo también desempeña un papel importante, quizás sirve de mediador entre partes tan diferentes como el sistema límbico, “emotivo”, y el neocórtex, “intelectual”. El córtex olfativo ayuda a distinguir entre olores semejantes. Varias zonas del cerebro pueden enviar mensajes de respuesta a las estaciones de transmisión: los bulbos olfatorios. Ellos pueden modificar la percepción de olores, amortiguándolos o incluso anulándolos.
Disfunción olfativa
Millones de personas padecen disfunciones olfativas. La fragancia de la primavera o de una comida sabrosa tienen poco o ningún sentido para aquellas personas que tienen pérdida repentina o completa del olfato. Sin embargo, a veces damos por sentado el delicioso aroma del café y el sabor dulce de las naranjas, que si perdemos el sentido del gusto y del olfato, casi parece que nos hubiéramos olvidado de respirar.
Los trastornos olfativos pueden poner en peligro la vida.
Algunas causas de la disfunción olfativa
Aunque hay muchas causas del mal funcionamiento del sentido del olfato, las más comunes son tres: traumatismo craneal, infección vírica de las vías respiratorias superiores y enfermedad sinusal. Desde luego, algunos productos químicos peligrosos también son responsables de esta situaciones, siempre y cuando exista concentraciones elevadas de tales productos químicos, ya que la exposición excesiva a los mismos puede provocar la degeneración incluso de células nerviosas olfativas resistentes.
Si se produce un corte en las vías de transmisión nerviosa, si el epitelio se vuelve insensible o si el aire no puede llegar hasta el epitelio debido a inflamación o bloqueo, irá el sentido del olfato desapareciendo. Al reconocer la importancia de tales trastornos, se han abierto centros de investigación clínica para el estudio del gusto y del olfato.