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Propaganda

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Aunque hoy el término propaganda asume a veces tintes negativos, en alusión al empleo de estrategias deshonestas...

HISTORIA DE LA PROPAGANDA

Aunque hoy el término propaganda asume a veces tintes negativos, en alusión al empleo de estrategias deshonestas, ese no era el sentido original. Al parecer, la palabra procede del nombre latino de un cuerpo de cardenales católicos.

Esta comisión, denominada propaganda para abreviar, fue establecida por el papa Gregorio XV, en 1622, para supervisar a los misioneros. Poco a poco, propaganda vino a designar todo esfuerzo encaminado a diseminar una creencia.

Pero el concepto de propaganda no nació en el siglo XVII. Desde la antigüedad, el hombre se ha valido de todo medio a su alcance para difundir ideologías o fortalecer su prestigio y poder. Por ejemplo, los faraones ya utilizaban el arte con fines propagandísticos.

Los monarcas egipcios concibieron sus pirámides para proyectar una imagen de poder y permanencia.

Asimismo, la arquitectura romana satisfacía un interés político: la exaltación del Estado. La voz propaganda comenzó a adquirir un cariz generalmente negativo en la Primera Guerra Mundial, al intervenir los gobiernos para manipular las noticias que se divulgaban sobre la contienda. Durante la Segunda Guerra Mundial, Adolf Hitler y Joseph Goebbels dieron pruebas de ser propagandistas consumados.

Tras la Segunda Guerra Mundial, la propaganda se convirtió en un instrumento de creciente importancia en la promoción de las políticas nacionales. Tanto el bloque occidental como el oriental lanzaron campañas en todos los frentes para atraer a sus causas a los ciudadanos que aún no se habían decantado por ningún bando.

Se explotaron con fines propagandísticos todos los aspectos de la vida y la política de las naciones.

En las campañas electorales de los últimos años, así como en los anuncios de las tabacaleras o de cualquier otro producto, es evidente el empleo de técnicas de la propaganda que cada día están más depuradas y perfeccionadas.

Una de las técnicas más utilizadas es la de seleccionar a supuestos expertos y otras personalidades para transmitir la imagen de que fumar constituye un hábito elegante y saludable, en vez de presentarlo como lo que es en realidad: un peligro para la salud pública.

Esta técnica de utilizar personajes famosos también se usa con otros productos, como la indumentaria deportiva, anteojos, etc.

La propaganda

La propaganda adopta manifestaciones explícitas, como emplear emblemas del odio del tipo de la esvástica, o sutiles, como contar un chiste de mal gusto. Sus persuasivas técnicas las emplean constantemente dictadores, políticos, clérigos, anunciantes, expertos en mercadotecnia, periodistas, celebridades de la radio y la televisión, publicistas y otros profesionales interesados en moldear el pensamiento y la conducta del público.

Es innegable, sin embargo, que los mensajes propagandísticos pueden emplearse con fines sociales loables, como las campañas para evitar el abuso del alcohol entre los conductores o el consumo de drogas. Pero también pueden fomentar el odio a las minorías étnicas y religiosas o inducir a la adquisición de cigarrillos. Todos los días nos vemos sometidos a través de la propaganda a un aluvión de mensajes persuasivos, para influenciar el consumo de un determinado producto, en la opinión de un candidato, etc.

Este intento de convencer no es mediante el intercambio de razones y la discusión, sino manipulando símbolos y emociones primarias del hombre. Para bien o para mal, vivimos en la era de la propaganda.

Esto implica que a lo largo de los siglos siempre se ha usado la propaganda para influir en las ideas y acciones del público y que muchas veces es nociva y la información que se brinda a través de ella no es creíble.

La manipulación de la información en las propagandas

El avance y la influencia de los medios de comunicación se ha incrementado con desmesura en los últimos tiempos como también la difusión de mensajes persuasivos que se emiten en las grandes campañas publicitarias que cubren todos los medios de difusión. Esta revolución en las comunicaciones ha generado una sobrecarga de información, que somete al ciudadano a una avalancha de mensajes procedentes de todos los rincones. Ante tal presión, muchos reaccionan absorbiendo los mensajes con más rapidez, aceptándolos sin cuestionarlos ni analizarlos.

A los astutos propagandistas les encanta que el público adopte estos métodos rápidos, sobre todo si con ellos se elude el pensamiento racional. Procuran conseguir este objetivo agitando las emociones, aprovechándose de las inseguridades, recurriendo a la ambigüedad del lenguaje y torciendo las leyes de la lógica. Como revela la historia, son tácticas sumamente eficaces.

Dentro de éstas se destacan:

Mentiras y más mentiras

El truco más fácil del que dispone el propagandista es el empleo de engaños a través de mentiras rotundas.

Las generalizaciones

Una táctica propagandística muy eficaz es la generalización, que tiende a oscurecer aspectos importantes de los verdaderos puntos en juego y suele emplearse para denigrar a colectividades enteras.

Las descalificaciones

Hay quienes denigran a sus adversarios ideológicos; para ello suscitan dudas sobre su reputación o sus motivos, en vez de atenerse a la realidad. Esto se da, sobre todo, en las campañas políticas.

De este modo colocan a la persona, agrupación o idea una etiqueta negativa y fácil de recordar. Los que recurren a las descalificaciones esperan que éstas tengan aceptación. La estrategia funciona si logra que el público recuerde ciertos ciudadanos o conceptos por la simple etiqueta, sin evaluar los hechos por sí mismos.

Las descalificaciones han desempeñado un papel poderosísimo en la historia universal y en nuestro propio desarrollo individual. Han destruido reputaciones, han enviado gente a las cárcel y han enardecido a los hombres para que vayan a las batallas.

La manipulación de las emociones

Aunque los sentimientos sean irrelevantes en lo que respecta a la objetividad de la información o la lógica de un argumento, resultan esenciales para persuadir. Los llamamientos emocionales son obra de publicistas expertos, que tocan las fibras afectivas con la maestría de un virtuoso pianista. Es decir, no apelan a la razón sino a las emociones.

Existen algunas intensas emociones que explotan los propagandistas, como el odio. Un medio muy eficaz de alimentarlo es el lenguaje tendencioso. Hay un caudal inagotable de términos ofensivos que crean hostilidad o la potencian contra ciertas colectividades raciales, étnicas o religiosas. También se aprovechan del orgullo. Muchos anuncios apelan a este sentimiento con clichés como: “Toda persona inteligente sabe que…” o “Para alguien tan culto como usted es obvio que…”. Al hacer un llamamiento indirecto al orgullo, juegan con nuestros temores de parecer ignorantes, algo que tienen muy claro los profesionales de la persuasión.

¿La propaganda educa?

Hay una gran diferencia entre la educación y la propaganda. Mientras que la primera nos indica cómo pensar, la segunda nos dicta qué pensar. En contraste con los buenos pedagogos, que presentan todas las facetas de un asunto y fomentan el libre examen, los propagandistas nos obligan inexorablemente a escuchar sus opiniones y rehúyen toda discusión. Por lo general, no muestran claramente sus auténticos motivos. Seleccionan los hechos, aprovechando sólo lo que les conviene y ocultando lo demás. También tergiversan la realidad y se especializan en las mentiras y las verdades a medias. El propagandista se asegura que su mensaje parezca justo y ético, y de que comunique al individuo una sensación de importancia e integración cuando lo acepte. Desde ese momento afirma, éste será uno de los entendidos y se sentirá libre de la soledad, cómodo y seguro.

21 de mayo del 2017
Categoría: Enciclotin
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