La voz cruzada proviene de cruz, emblema que cosían en sus vestiduras los miembros de todas estas expediciones.
LAS CRUZADAS,
Trágica ilusión
En estas expediciones, que marcaron el curso de las relaciones entre Oriente y Occidente, se cometieron todo tipo de matanzas y atrocidades. La voz cruzada proviene de cruz, emblema que cosían en sus vestiduras los miembros de todas estas expediciones. En 1096 estaba a punto de iniciarse la primera de ellas. En Europa Occidental se producían grandes movimientos de hombres, carros, caballos y barcos con dirección a Jerusalén, la ciudad Santa, que estaba bajo dominio musulmán desde el siglo VII de nuestra era.
Las causas
En Oriente Medio, la coexistencia entre la Cristianismo y el Islamismo había sido, salvo casos aislados, bastante pacífica.
Aunque la excusa de las cruzadas era arrebatar a los musulmanes su Santo Sepulcro, existían razones más profundas. Un factor que determinó las cruzadas fue la agitación política, económica y religiosa que reinaba en Europa. Ocupaba la cúspide de la jerarquía social una multitud de señores feudales, ansiosos de conquistar nuevas haciendas valiéndose del vacío de poder que había dejado la disolución del Imperio Carolingio. La Iglesia de Roma también atravesaba una época de convulsiones.
La convocatoria de Clermont
En este ambiente decretó la primera cruzada el papa Urbano II. A su entender, la reconquista de Jerusalén y Palestina lograría varios objetivos: consolidaría la unidad de la cristiandad en Occidente y reafirmaría la primacía de la Iglesia de Roma. Brindaría, asimismo, una válvula de escape para las continuas disputas entre las clases altas que, a cambio de beneficios religiosos, y sobre todo económicos, dedicarían sus artes bélicas a una noble causa y se convertirían en el brazo armado de la Iglesia.
Fulquerio de Chartres, sacerdote que participó en la primera cruzada, afirmaba que era preciso combatir para defender del Islam a la cristiandad de Oriente. Se prometió la remisión inmediata de los pecados a quien muriera en el viaje o en la batalla. Así, los señores feudales dejaron las luchas fratricidas por la Guerra Santa contra los infieles.
DOS PARTIDAS
El Papa, una vez fijada la partida para el 15 de agosto de 1096, se aseguró el respaldo de señores seculares. No obstante, antes de la fecha designada, partió una turba sin adiestramiento ni disciplina, que incluía a mujeres y niños. Se llamaban pauperes Christi (los pobres de Cristo) y se dirigían a Jerusalén.
Según el cronista medieval Alberto de Aquisgrán, Pedro el Ermitaño había viajado antes a Jerusalén. Aunque el relato de Alberto de Aquisgrán mezcla la realidad y la fantasía, los presuntos sueños que habría tenido Pedro y cartas recibidas eran instrumentos eficaces para manipular a las masas.
El bando formado en torno de Pedro el Ermitaño salió de Colonia el 20 de abril de 1096 camino a Tierra Santa. Al quedarse enseguida sin víveres ni armas, se lanzaron durante el trayecto al saqueo de poblaciones a las que tomaba por sorpresa la llegada de la chusma de soldados de Cristo.
Al llegar a Constantinopla la turba de pauperes, el emperador Alejo I, decidido a que no repitieran los desmanes, les dejó pasar a la costa asiática, donde cayó ante los musulmanes una multitud de mujeres, niños, enfermos y ancianos. Pocos sobrevivientes lograron volver a Constantinopla.
Entretanto, en el verano de 1096, partieron los ejércitos profesionales, capitaneados por famosos caudillos de la época.
Inquieto por la marcha precipitada y caótica de los pauperes, Urbano II adoptó disposiciones sobre la marcha a Oriente.
CONQUISTAS Y OTRAS MATANZAS
Las tropas, los señores feudales y los pauperes que quedaban se reunieron en Constantinopla y se dirigieron a su objetivo. Nuevamente perpetraron atropellos en nombre de Dios. Los cruzados masacraron a sus enemigos y arrojaron todos los cadáveres a una fosa común.
El 15 de julio de 1099 Jerusalén sucumbió a los cruzados. Algunos enemigos, los más afortunados, habían sido decapitados; otros caían de las murallas asaeteados, y muchísimos más se abrasaban en las llamas. Pero una vez más, los cruzados justificaron su violencia con la fe.
EL FIN DE UNA ILUSIÓN
El triunfo trajo consigo el nacimiento del Reino Latino de Jerusalén. Esta monarquía tuvo una existencia bastante precaria a causa de la rivalidad que pronto surgió entre los señores feudales establecidos en Oriente.
Entretanto, los musulmanes reorganizaron sus ejércitos, pues no tenían ninguna intención de dar por perdidos los territorios palestinos. Con el tiempo se organizaron más cruzadas. El fervor de los primeros cruzados sé disipó. Así pues, los ejércitos se centraron en los enemigos internos de la cristiandad europea: los árabes de España, los herejes y los pueblos paganos del Norte.
En 1291 cayó ante los musulmanes la última fortaleza cruzada, la ciudad de Acre. Jerusalén y su “Santo Sepulcro”, quedaron en manos del Islam. Durante dos siglos de luchas, los intereses económicos y políticos prevalecieron sobre los aspectos religiosos.
Las cruzadas se fueron transformando en una enrevesada operación política y económica, en un complejo juego de poder que interesaba a los obispos, los abades, los reyes, los recaudadores de limosnas y los banqueros. La historia de las cruzadas es la historia del error más grande y de la ilusión más trágica del cristianismo.