Estos textos se caracterizan por ser anónimos, transmitirse oralmente y tener distintas versiones. Te presentamos relatos que han permanecido en el tiempo y están llenos de misterio y tradición.
El churrinche
Esta leyenda uruguaya cuenta que, tras un sangriento combate entre tribus, sus miembros decidieron refugiarse cerca de las orillas del río para recobrar fuerzas y curar sus heridas. Sin embargo, su cacique no pudo sobrevivir y, antes de morir, temiendo el destino que le esperaba en manos de sus enemigos, se sacó el corazón. Éste se convirtió en un ave de un maravilloso rojo fuego, el churrinche, que tiene el tamaño de un gorrión y se puede ver en primavera.
Añañuca
En tiempos previos a la Independencia de Chile, en la localidad de Monte Patria, vivía Añañuca, una bella joven de la que todos estaban enamorados. Un día llegó al pueblo un hombre que buscaba un tesoro en sus montañas. Al conocer a Añañuca, se enamoraron y decidieron casarse.
La pareja fue feliz durante un tiempo pero, una noche, el joven tuvo un sueño donde un duende le revelaba el lugar en donde se encontraba el tesoro que buscaba. A la mañana siguiente, sin avisarle a nadie, ni siquiera a Añañuca, partió a buscarlo.
Añañuca, desolada, lo esperó, pero pasaron los días, las semanas, los meses y el joven nunca regresó. Se dice que habría sido víctima del “espejismo de la pampa” o que algún temporal habría causado su desaparición y, presuntamente, su muerte.
Añañuca pronto murió de pena, al haber perdido a su amado. Fue enterrada por los pobladores en pleno valle en un día de suave lluvia. Al día siguiente, salió el sol y todos los vecinos del pueblo pudieron ver que, el lugar donde había sido enterrada la joven, estaba cubierto por una abundante capa de flores rojas.
Desde ese momento, la joven se convirtió en flor, como un gesto de amor a su esposo para que, de esta manera permanecieran siempre juntos. Así fue que se le dio a esta flor el nombre de Añañuca, típica de la zona norte de Chile, que crece entre Copiapó (en la región de Atacama) y el valle de Quilimarí (en la región de Coquimbo). Pocos saben que su nombre proviene de esta triste historia de amor.
El Basilisco
Es un engendro con forma de serpiente, que nace de un huevo pequeño que, ocasionalmente, ponen las gallinas. La leyenda dice que estos huevos deben ser destruidos y quemados para evitar que nazca, ya que trae desgracias. Al nacer busca un rincón de la casa y mata con la mirada a las personas que lo ven. Para conjurar el mal es necesario tener espejos en todas las habitaciones, pues cuando el monstruo ve su propia imagen, muere de inmediato.
Yuki-onna
El nombre de este personaje significa “mujer de nieve”. Este ser aparece en muchas leyendas japonesas, en cuentos populares y en producciones artísticas contemporáneas. Se cree que es un espíritu que aparece cuando nieva y que tiene el poder de desaparecer a las personas o de convertirlas en estatuas de hielo, en el bosque. En otras versiones. ayuda a las personas a volver a sus hogares.
El chupacabras
La leyenda de este ser refiere la aparición de un animal, a veces homínido, a veces cuadrúpedo, reptiliano o más semejante a un hurón, que subsistiría atacando a los rebaños de ganado vacuno en diversas regiones americanas dejando, como rastro, al animal totalmente desangrado. Ha habido numerosos casos de supuesto avistamiento, pero ninguna prueba real de su existencia.
La Atlántida
Es una de las leyendas más populares de la historia de Occidente. Se tiene constancia escrita de ella, por primera vez, gracias a la Ilíada y la Odisea, obras poéticas épicas escritas por Homero. Según la historia, antes de la aparición de la Antigua Grecia existió un lugar llamado Atlántida, en algún lugar inespecífico del océano. Se trataba de una isla cuyos habitantes poseían un nivel cultural y científico muy avanzado. Los escritos de Homero relatan que esta isla sufrió tal tempestad que quedó sumergida en el mar.
Los Hipogrifos
Son seres voladores, mezcla de caballo con grifo. Su aspecto es el de un caballo de color marrón o pardo, con alas de águila y plumaje anaranjado. Sus patas traseras son de caballo y las delanteras de águila. Suelen medir dos o tres metros de largo, les gusta vivir en manadas y en lugares con pocas montañas y muchos pastos. Una vez que alcanzan la edad adulta se muestran más reacios a ser domesticados. Fue el poeta romano Virgilio el primero en escribir sobre estas criaturas.
Tanabata
Orihime (que significa “princesa que teje”) era hija de Tentei, el señor del Cielo, a quien le encantaba la ropa que Orihime tejía pero ella, en cambio, se encontraba desanimada porque, gracias a su duro trabajo, no había tenido la oportunidad de enamorarse. Tentei, preocupado, le presentó a Hikoboshi, de quien se enamoró. Al casarse, ambos dejaron de cumplir con los mandatos de Tentei, quien decidió separarlos. Ante las lágrimas de Orihime, Tentei les permitió encontrarse al séptimo día, una vez terminadas sus responsabilidades (Tanabata significa “Noche del séptimo”). Para que esto sucediera tenían que atravesar un río donde no había puente. Ella lloró tanto que una bandada de urracas se acercó para hacer de puente con sus alas. Actualmente, existe un festival, en Japón, que se llama “Tanabata”, o “Festival de la Estrella”. Según la leyenda, éste es el día que los esposos, que habían sido separados, se reencuentran.
El Jichi
Los pueblos originarios chiquitano, mojo y chané creían en un guardián que adoptaba varias formas. Unos decían que era un sapo y, otros, un tigre, aunque la manifestación más común era en forma de serpiente. Su nombre, el Jichi.
En su forma reptil tenía apariencia de media culebra y medio saurio, con cuerpo delgado, oblongo y chato y tan transparente que se confundía con las aguas donde vivía. Su cola larga, estrecha y flexible ayudaba los ágiles movimientos de sus cortas extremidades terminadas en uñas unidas por membranas.
El Jichi resguardaba las aguas de la vida y, por ello, le gustaba esconderse en ríos, lagos y pozos, todo lugar donde se pudiera beber rica y fresca agua. Los tres pueblos se aseguraban, siempre, rendirle el adecuado tributo, sabiendo que no había que estropear su medio arrancando las plantas acuáticas que decoraban su morada. Molestar a este guardián del agua significaba jugarse los cultivos, la pesca y la supervivencia de los pueblos. Cuando se malgastaba, ponía de muy mal humor al Jichi, que huía de aquellos que hacían un mal uso de ella y, al irse, el agua también se iba con él, dejando una fulminante sequía.
Estos pueblos originarios entendían que el agua era un recurso que siempre se debía proteger, ya que la defendían como un elemento fundamental para sus vidas.