Sus efectos más negativos se producen porque acentúa y agrava, a corto plazo, patologías graves como la diabetes, la hipertensión, las complicaciones cardiovasculares e, incluso algunos tipos de cáncer.
La obesidad y el sobrepeso se producen por una alteración en la relación entre las calorías consumidas, provenientes de los alimentos, y aquellas que son gastadas. En la actualidad, una numerosa cantidad de personas ha aumentado el consumo de alimentos hipercalóricos ricos en grasa, sal y azúcares pero pobres en fibra, vitaminas y minerales.
Al mismo tiempo, ha disminuido la actividad física, lo que genera una vida sedentaria. Esto se debe a las nuevas formas de trabajo (por ejemplo, aquellos que trabajan sentados frente a una computadora) y a los modos de desplazamientos que dejan de lado, por ejemplo, el caminar o la bicicleta. Esto no sucede solamente en nuestro país, ya que es un fenómeno mundial.
Efectos sobre la salud
Diabetes. Es una enfermedad crónica y quien la padece pierde su capacidad de producir suficiente insulina o de utilizarla con eficacia. La insulina es una hormona que se fabrica en el páncreas y que permite que la glucosa de los alimentos pase a las células del organismo, en donde se convierte en energía para que funcionen los músculos y los tejidos.
Enfermedades cardiovasculares. La hipertensión arterial es la que más aparece.
Trastornos del aparato locomotor. Por ejemplo, la osteoartritis es una enfermedad degenerativa de las articulaciones que lleva a la persona a limitar sus movimientos. También, pueden desarrollarse algunos tipos de cáncer como el de endometrio, de mama y de colon.
Un plan estratégico
El sobrepeso y la obesidad son enfermedades prevenibles, no transmisibles. Esto significa que las personas deben tomar conciencia de las consecuencias de las mismas para optar por una vida más saludable, entendiéndola desde una alimentación y actividad física equilibradas.
Consejos
Mantenerse activo. Hay muchas maneras de practicar ejercicio, como subir las escaleras en vez de tomar el ascensor, caminar, correr, andar en bicicleta o nadar, entre otros.
Comer sano. Una persona, en promedio, debe consumir 2 mil calorías por día para tener una alimentación equilibrada, respetando el consumo diario de los nutrientes que aportan las proteínas, carbohidratos, grasas saludables, verduras y frutas.
Controlar el peso. Es importante pesarse una vez a la semana.
Beber agua. Muchas veces se suele confundir la deshidratación con señales de hambre en el cuerpo. Lo recomendable es beber ocho o 10 vasos de agua al día. El agua limpia y desintoxica todas las impurezas y debe ser bebida sin saborizantes ni azúcares.
Comer solo cuando se tiene hambre. Una alimentación sana y la actividad física son indispensables para perder peso. Realizar un chequeo médico, por lo menos, una vez al año, permite detectar cualquier complicación.
Hábitos saludables y bienestar
El ejercicio físico mejora nuestro estado de ánimo, refuerza la autoestima, reduce el estrés y la ansiedad y fomenta un mejor control sobre la alimentación. La actividad física es fundamental en todas las edades. Qué comemos antes y después del ejercicio físico es central para activar nuestro metabolismo.
Antes del ejercicio físico. La alimentación previa al ejercicio debe incluir alimentos ricos en hidratos de carbono. Esto nos permitirá disponer de la energía que nuestro organismo necesita para la actividad física.
Durante el ejercicio. Es importante mantener una correcta hidratación. Por ello, deberemos tomar líquidos.
Después del ejercicio. Es necesario reponer las reservas de hidratos de carbono. Para ello, se recomienda tomar alimentos ricos en este tipo de nutrientes, junto con las proteínas, que contribuyen a la recuperación muscular.
La dieta mediterránea
Es un estilo de alimentación y de vida que se relaciona con un menor riesgo de padecer enfermedades metabólicas, cardiovasculares y algunos tipos de cáncer. Además, es patrimonio cultural de la humanidad y un estilo de vida por todos sus beneficios nutricionales y su rico contexto cultural. Es típico de los países de la cuenca mediterránea (Chipre, Croacia, España, Grecia, Italia, Marruecos y Portugal) realizar las comidas en grupo, lo que favorece las relaciones sociales y el bienestar emocional. Se compone, principalmente, de los siguientes alimentos:
Frutos secos. Las almendras y avellanas son ricas en grasas monoinsaturadas. Otro tipo de grasas muy beneficiosas, la poliinsaturadas, están presentes en las nueces y previenen la arterioesclerosis.
Cereales. Arroz, trigo, avena, maíz, especialmente si son integrales, aportan elementos químicos esenciales y, además, previenen el estreñimiento.
Legumbres. Lentejas, garbanzos y habas, entre otras, son ricas en proteínas vegetales, hidratos de carbono, fibra y ácido fólico. Alternando sus variedades, es fácil consumirlas de 2 o 3 veces por semana.
Agua. Su ingesta es una de las bases de la dieta mediterránea. Se recomienda beber de 4 a 6 vasos al día.
Frutas y verduras. La gran variedad de alimentos de este grupo hace que sea muy fácil distribuirla en las comidas diarias, además de que proporcionan minerales esenciales para el organismo. Lo más beneficioso es el gran aporte de vitamina C que contienen.
Aceite de oliva. Sus ácidos lo convierten en un protector contra las enfermedades coronarias. El consumo de 3 o 4 cucharadas al día está relacionado con una menor incidencia de enfermedades cardiovasculares e, incluso, de cáncer.
Productos lácteos. Leche, yogures y queso fresco son bajos en grasas saturadas y es recomendable consumir 2 o 3 raciones, cada día. Su principal aporte nutricional son las vitaminas A y D.
Huevo. Posee proteínas y otras sustancias esenciales para el organismo como hierro, fósforo, cinc y selenio. Además, aporta vitaminas A, B, D y E.
Pescado. El salmón, las sardinas, el atún y la caballa, entre otros, contienen ácidos esenciales para regular la cantidad de grasas en el organismo y aportan contenido proteico.
Carne. Es fuente de aminoácidos esenciales, proteínas, minerales y vitaminas. Es recomendable elegir los tipos de carne magra o blanca como el pollo, el cerdo o el conejo. Lo ideal es consumirla, alternativamente, 3 o 4 veces a la semana. El consumo de la carne roja debe ser moderado.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) propuso al 12 de noviembre como el “Día Mundial contra la Obesidad”, con el objetivo de incentivar a la población mundial a adoptar hábitos saludables como la buena alimentación y el ejercicio físico.